🐱 LA OPINIÓN DEL
GATO 🐱
Hay novelas
que sabes que te van a hacer cosquillas
en el alma antes siquiera de haberlas leído, hay algo que nada más tocarlas
hace que se te erice el vello de la espalda y da igual si lo tienes o no, eriza
hasta la sombra de los mismos; eso me ha pasado con esta novela del extremeño
Javier Sachez, llegó en el peor momento que puede llegarnos una novela: cuando
estás saturada de lecturas y no logras que avance ni un ápice la lista de
pendientes. Ese momento el cual muchos reconocéis, en el que se
junta la
emoción ante un nuevo libro al que esperabas con ansia y no puedes quitar ojo
al montón que esperan ser leídos como niños en la fila del colegio, en orden
pero impacientes, ese preciso momento en que piensas que nunca llegará su turno
y resoplas antes de quedar varada junto a la estantería de libros sin fin. Pero
entonces hice como cuando en los cumpleaños nos ponían delante una caja de
galletas surtidas de dos pisos, y te decían que hasta que no se acabaran todas
la del primer piso, no se empezaba con el siguiente ¡Y tú sabías que ahí abajo
estaban las galletas de barquillo de chocolate por las cuales darías la vida! y
si no la vida, un empujón a la repipi de tu prima para llegar antes que ella.
Pues eso hice, como con las galletas, aprovechar que no miraba nadie y pasar
directamente a ese segundo y maravilloso piso donde estaban las galletas de
chocolate, dejando todo tal y como estaba antes de tu robo de guante blanco y
que luego otro cargara con las culpas...esta vez fue más sencillo, levanté el
montón por encima de esta novela y le otorgué en plan ministerial -vamos, a
dedo- el primer puesto de lectura.
Y sabía que
no me iba a arrepentir. En dos días ya había leído la novela y estaba
melancólica total y medio ausente frente al ordenador, esperando organizar mis
sentimientos para comenzar a escribir; y digo sentimientos que no ideas a
sabiendas de lo que estoy diciendo, pues las emociones y los recuerdos saltaban
como pulgas sobre perro flaco y me trastocan y revuelven como las patatas
fritas con huevo que hacía mi abuelo en la lumbre. Con ganas de llorar, aunque
no lo hice, y no por tener que guardar apariencias que me las traen al
pairo -que de naútica no tengo ni
repajolera idea- pero que al igual que
un barco a vela sentí que tenía que permanecer estática con respecto al fondo
para no perderme entre vaivenes de la memoria propia y la que acababa de
absorber del libro. Vamos, que quería mantener la cabeza fría y despejada para
no dejarme llevar por sentimentalismos y llegar al fondo de la cuestión: el
libro. Y con ganas de llorar pero sin hacerlo, cerré los ojos un momento antes
de escribir todo esto que ahora algunos estáis leyendo.
1)
EMOCIÓN: La sentí de principio a fin,
esa mezcla de pellizco umbilical y suspiro profundo que realizas cuando algo te
tiene totalmente ensimismada y que por más aire que te falte no puedes dejar de
sentir, y de perdidos al río.
2)
EMPATÍA: Y la falta de ella en algún
momento de la lectura con cada uno de sus protagonistas, a los cuales adoras y
gruñes a turnos. Ahora estoy con Abdón (protagonista) al cien por cien, ahora
no entiendo que pretendía este abuelo con esa manera de actuar ¡Vaya con la
abuela, que buena vida se pegó! o por lo contrario ¡pobre mujer! y así estuve
en una montaña rusa de emociones la mayor parte del tiempo con los personajes
según se iban dejando conocer y se mostraban tal cual eran o fueron.
3) RABIA: Si,
tremenda a veces, menos desatada en otras. Esto viene dado sin duda por la
narrativa elegante y sofisticada del autor que suaviza hechos y actos que
contados de otra manera te sacarían de tus casillas, bueno, a mi no cuesta
mucho sacarme de ellas, soy muy temperamental e intensa, como dirían otros, con
un mal carácter que no veas. Pero he sentido mucha rabia leyendo esta historia,
rabia por lo que pasó, rabia por lo que está pasando, rabia por lo que pudo ser
y no fue, sobre todo esto, lo que pudo ser y no fue. Agradecí muchas veces al
autor que sus palabras suavizaran la aspereza de algunos momentos pero acto
seguida me quejaba de que hay veces en que hay que tener un buen "par de
huevos" y decir las cosas a la cara en su momento, que relaja y
descontractura mucho.
4) AMOR:
Amor, si, sin límites, amor por los libros, amor por las palabras, amor por los
personajes y amor por el amor mismo que Virginia siente por su padre a pesar de
los pesares, al menos los que perduran en su mente que no siempre coinciden con
los que quedan en el aire, como una energía que deja huella en su
transformación de destrucción a creación y viceversa. El dolor dicen que no
tiene memoria si es físico, pero que se graba
a fuego en el corazón sin que la herida cicatrice nunca, aunque la
disfracemos de tatuaje.
5) DOLOR:
Cuando la rabia se ha consumido en su
propio fuego y solo quedan cenizas, cuando los hechos se presentan en su
totalidad, con las cartas boca arriba en una partida que está a punto de
terminar sin que haya ganador, cuando el amor es tan fuerte que solo se puede
demostrar causando pesar aunque sea a uno mismo, autoflagelación por amor del
bueno, del más puro, del que no sabe de egoísmos ni avaricias. Cuando una se da
cuenta que hay mil dolores pequeños pero solo uno grande, enorme, descomunal,
elefantiásico, el que causa el amor verdadero.
Nada más y
nada menos que todo eso me ha hecho sentir este "Manual de pérdidas",
un viaje que se nos presenta como iniciático, el de un hombre anciano que está
a punto de olvidarse hasta de si mismo y en un intento de dejar en la memoria
de los demás un recuerdo de su paso por sus vidas, recorre el camino inverso
que lo lleva hasta sus orígenes, al momento en el que empezó todo y sin el cual
no existiría tal vez ese punto de inflexión que marcó un antes y un después en
la vida de Abdón y los que lo conocieron; pero es también un viaje omega, el
protagonista, desesperado por perderse a sí mismo, sube a la barca con la que
cruzará la laguna Estigia con un Caronte llamado Virginia, que hará el viaje
con él para descubrir en el final, lo que fue su principio, el origen de todo y
todos.
Y un viaje
físico maravilloso, con el cual pasearemos por las calles de Extremadura,
Salamanca, Madrid y el fantasmal callejero de una espectral Avellaneda.
Una historia
intensa contada con naturalidad y sin acritud, sin reproches, sin amargura y
con mucho amor. Mucho amor.
Solo puedo
añadir, que si alguna vez alguien se presenta en mi puerta con un libro en las
manos que hace tiempo le regalé, solo podré decirle, Gracias.
Yolanda T.
Villar.
Reseña
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